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En defensa de la objetividad

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Fuente: Pexels

17 de Abril de 2023

Martin Baron fue editor ejecutivo de The Washington Post entre enero de 2013 y febrero de 2021. Antes de eso, Baron trabajó como editor del Boston Globe durante más de 11 años. En un ensayo publicado recientemente por The Post, Baron defiende la objetividad en el periodismo. El texto de Baron es una adaptación de un discurso que pronunció el 16 de marzo como parte de la beca Richman en la Universidad Brandeis.

El editor comienza por retomar la definición de objetividad del diccionario Merriam-Webster: “expresar o tratar hechos o condiciones tal como se perciben sin distorsión por sentimientos, prejuicios o interpretaciones personales”. Sin embargo, reconoce que esta definición es limitada y no ayuda a entender la importancia del concepto. 

Por eso, acude a revisar cómo funciona la objetividad en otras profesiones ajenas al periodismo. “Queremos jueces objetivos. Queremos jurados objetivos. Queremos que los agentes de policía sean objetivos cuando practiquen detenciones y que los detectives sean objetivos cuando lleven a cabo investigaciones. Queremos que los fiscales evalúen los casos objetivamente, sin prejuicios ni agendas preexistentes”, dice Baron. 

A la hora de aplicar la ley, la objetividad es indispensable. También lo es en la medicina. “Queremos que los médicos sean objetivos a la hora de diagnosticar las enfermedades de sus pacientes. No queremos que recomienden tratamientos basados en corazonadas o juicios superficiales y subjetivos sobre sus pacientes. Queremos que los médicos hagan una evaluación justa, honesta, honorable, precisa, rigurosa, imparcial y abierta de las pruebas clínicas”, afirma el exeditor del Boston Globe. 

Para Martin Baron, es evidente que la objetividad de los profesionales de la ciencia y la medicina es la base de nuestra fe en los alimentos que comemos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y los medicamentos que tomamos.

Pero no solo en estas carreras se valora la objetividad. En los negocios, también es necesaria. “Queremos que los solicitantes de préstamos bancarios sean considerados objetivamente, basándose en criterios válidos sobre las garantías y la capacidad de los prestatarios para devolver la deuda, y no en prejuicios sobre la raza y la etnia. Lo mismo ocurre con las tarjetas de crédito, cuyo acceso al mercado de consumo debe basarse en normas objetivas y no en prejuicios o suposiciones erróneas sobre quién tiene un bajo riesgo y quién no”. 

Ningún periodista estaría en contra de estas afirmaciones, dice el periodista. Es más, es trabajo de los medios investigar cuando los médicos, abogados o policías faltan a su deber con la objetividad. O, inclusive, cuando los políticos hablan de desinformación… En esos casos, la petición es que se ajusten a narrar los “hechos objetivos”. 

Martin Baron reconoce que la objetividad tiene límites. Afirma que tanto jueces, como policías y fiscales no siempre actúan sin prejuicios. “Los científicos a veces sucumben a ilusiones o manipulan los datos en una búsqueda deshonesta de la gloria profesional”, agrega y afirma que en el mundo empresarial, la parcialidad ha infligido un daño profundo y duradero a las comunidades marginadas al impedir su plena participación en la economía.

Pero el hecho de que la objetividad resulta esquiva en algunos casos no quiere decir que es necesario prescindir de ella. “El hecho de que no se cumplan las normas no elimina su necesidad. No las convierte en obsoletas. Las hace más necesarias. Y exige que las apliquemos con más coherencia y las hagamos cumplir con más firmeza”, afirma Baron.

Para Baron, hoy circulan demasiados argumentos en contra de la objetividad en el periodismo. Por ejemplo, en primer lugar, que nadie puede ser realmente objetivo, que todos tenemos opiniones. “¿Por qué no admitirlas? ¿Por qué ocultarlas? No estamos siendo honestos si lo hacemos”, ejemplifica.

En segundo lugar, que la verdadera objetividad es inalcanzable. Los defensores de esta idea argumentan que nuestras opiniones condicionan todas las decisiones que tomamos en el ejercicio del periodismo, desde las historias que seleccionamos hasta las personas que entrevistamos, las preguntas que formulamos o la forma en que escribimos las historias. Por tanto, si la verdadera objetividad está fuera de nuestro alcance, ¿para qué fingir que la practicamos?

Tercero, que la objetividad no es más que otra palabra para el falso equilibrio, la falsa equivalencia, la neutralidad, el bipartidismo y el periodismo de "por un lado, por otro". Según este argumento, la objetividad no es más que un esfuerzo por aislarse de la crítica partidista: Cuando las pruebas apuntan abrumadoramente en una dirección, sugerimos engañosamente lo contrario.

También existe la opinión, apunta Baron, de que los periodistas nunca hemos dicho la verdad. Que lo que llamamos “objetivo” es, de hecho, subjetivo. “Los detractores de la objetividad señalan, con razón, que los medios de información estadounidenses han estado dominados por hombres blancos. Históricamente, las experiencias de las mujeres, las personas de color y otras poblaciones marginadas no se han contado adecuadamente, o no se han contado en absoluto. Lo que los hombres blancos consideran la realidad objetiva no es eso en absoluto”, explica. Según Baron, según estas personas, lo que durante años se ha considerado la realidad objetiva no es más que el mundo visto desde la perspectiva del hombre blanco.

 

La historia de la objetividad

Frente a estas críticas, el editor pasa a preguntarse: ¿De dónde viene esta idea de objetividad? ¿Y cómo se convirtió en una norma periodística?

Así, se embarca en un viaje reconstruyendo la historia de este concepto hasta llegar a Walter Lippmann, un célebre periodista estadounidense. Según Baron, Lippmann fue uno de los defensores más influyentes de la idea de la objetividad en el periodismo. 

En 1920, Lippmann publicó una breve colección de ensayos titulada “La libertad y las noticias”. En sus textos, Lippmann trató de profundizar en el concepto. Lippmann dijo que en aquel entonces ya existía una desilusión cada vez más airada respecto a la prensa. “Una creciente sensación de estar desconcertado y engañado”, en palabras del periodista. En ese momento, ya veía una avalancha de noticias que llegaban “a trompicones, en una confusión inconcebible” y un público “protegido por ninguna regla de evidencia”.

Lippmann temía un entorno en el que la gente, como él decía, “dejara de responder a verdades, y respondiera simplemente a opiniones... lo que alguien afirma, no lo que realmente es”. “El hecho cardinal”, dijo, “es la pérdida de contacto con la información objetiva”. Y le preocupaba que la gente “creyera lo que más se ajustase a sus preposiciones”.

Para Baron, su diagnóstico se parecía mucho a lo que hoy nos preocupa tanto: Las instituciones democráticas estaban amenazadas. Para él, el periodismo era esencial para la democracia. Pero para servir adecuadamente a su propósito, el periodismo necesitaba normas.

“Sin protección contra la propaganda”, escribió, “sin normas de evidencia, sin criterios de énfasis, la sustancia viva de toda decisión popular está expuesta a cualquier prejuicio y a una explotación infinita. ... No puede haber libertad para una comunidad que carece de la información necesaria para detectar las mentiras”.

Lippmann buscaba un medio para contrarrestar la propaganda de su tiempo. Conocía bien los instrumentos de manipulación de la opinión pública. Según narra Martin Baron, él mismo participó en la maquinaria propagandística de la administración de Woodrow Wilson. Vio cómo la propaganda de principios del siglo XX llevó al mundo a la masacre de la Primera Guerra Mundial, y cómo se podía influir en el sentimiento público y explotarlo mediante un esfuerzo calculado. Y llamó a esta propaganda emanada del gobierno la “fabricación del consentimiento”.

Lippmann reconocía que todos tenemos nuestras ideas preconcebidas. Pero escribió que “lograremos más luchando por la verdad que luchando por nuestras teorías”. Y por eso pidió “una investigación de los hechos tan imparcial como sea humanamente posible”. De ahí la idea de objetividad: una investigación de los hechos tan imparcial como sea humanamente posible.

En su opinión, el trabajo de los periodistas consiste en determinar los hechos y situarlos en su contexto. El objetivo debía ser que el trabajo periodístico fuera lo más científico posible. “Nuestra investigación sería concienzuda y cuidadosa. Nos guiaríamos por lo que mostraran las pruebas. Eso significaba que teníamos que ser oyentes generosos y aprendices ávidos, especialmente conscientes de nuestras propias suposiciones, prejuicios, opiniones preexistentes y conocimientos limitados”, dice el editor.

 

El método es objetivo, no el periodista

Martin Baron sostiene que cuando él defiende la objetividad, defiende aquella definición dada por Lippmann. “El verdadero significado de la objetividad no es el hombre de paja que habitualmente erigen los críticos para luego poder derribarlo”, afirma.

“La objetividad no es neutralidad. No es periodismo de un lado y de otro. No es falso equilibrio ni bilateralismo. No es dar el mismo peso a argumentos opuestos cuando las pruebas apuntan abrumadoramente en una dirección. No es sugerir que, como periodistas, nos dediquemos a una investigación meticulosa y exhaustiva sólo para rendirnos a la cobardía de no informar sobre los hechos que tanto nos ha costado descubrir”, dice el periodista. 

Baron es claro al afirmar que procurar la objetividad no significa evitar las críticas, complacer a los partidarios o apaciguar al público. “El objetivo no es ganarse el afecto de lectores y espectadores. No nos obliga a recurrir a eufemismos cuando deberíamos hablar sin rodeos. No significa que, como profesión, trabajemos sin convicción moral sobre lo que está bien y lo que está mal”. 

La objetividad exige que los periodistas desarrollen un método coherente para contrastar la información, un enfoque transparente de las pruebas, precisamente para que los prejuicios personales y culturales no minen la exactitud de su trabajo.

Martin Baron sostiene que el método del periodismo debe procurar la objetividad porque el periodista no lo es. “La idea es tener la mente abierta cuando empezamos nuestra investigación y hacer ese trabajo lo más concienzudamente posible. Exige voluntad de escuchar, afán de aprender y conciencia de que nos queda mucho por saber”, dice.

Y agrega: “No empezamos con las respuestas. Vamos a buscarlas, primero con el ya de por sí formidable reto de formular las preguntas adecuadas y, finalmente, con la ardua tarea de la verificación”.

Según Baron, esto no implica decir que los periodistas no saben nada cuando empiezan un reportaje. “Es que no lo sabemos todo”, explica. “Y normalmente no sabemos mucho, o quizá ni siquiera la mayor parte, de lo que deberíamos saber. Y lo que creemos saber puede que no sea correcto o que nos falten piezas importantes. Así que nos ponemos a aprender lo que no sabemos o no entendemos del todo”, dice.

“Yo llamo a eso informar. Si no es eso lo que entendemos por informar de verdad, ¿a qué nos referimos exactamente? Creo que nuestra profesión se beneficiaría de escuchar más al público y de hablar menos al público, como si lo supiéramos todo. Creo que deberíamos impresionarnos más por lo que no sabemos que por lo que sabemos, o creemos saber. En el periodismo nos vendría bien más humildad y menos arrogancia”.

El célebre editor concluye su texto reflexionando sobre lo que ha hecho la prensa estadounidense frente a Donald Trump, pues muchos consideran que el ascenso de Trump a la presidencia es una muestra del fracaso de los medios. “Y, sin embargo, prácticamente todo lo que el público sabe sobre sus mentiras y su abuso de poder se debe al trabajo de las principales organizaciones de noticias”, señala.

A lo que agrega: “No hay profesión sin defectos. No hay ninguna que cumpla siempre sus más altos ideales. El periodismo no es en absoluto una excepción. A menudo hemos fallado, de forma vergonzosa y atroz. A menudo hemos hecho daño: Por errores de comisión y errores de omisión. Por precipitación y negligencia. Por prejuicios y arrogancia. Pero nuestros fracasos no fueron de principios. Fueron fallos de principios. Podemos, y debemos, mantener un vigoroso debate sobre cómo una democracia y la prensa pueden servir mejor al público. Pero la respuesta a nuestros fracasos como sociedad y como profesión no es renunciar a principios y normas. En los Estados Unidos de hoy hay demasiado de eso. La respuesta es reafirmar nuestros principios, reforzarlos, volver a comprometernos con ellos y hacer un mejor trabajo para cumplirlos”.